¡Soltad ancla de babor! Gritó el capitán tras el aviso de "tierra a la
vista". Todas las miradas se dirigieron al frente y ahí estaba, una isla
pequeña, la más pequeña del mundo conocido. Una vez más la pericia de nuestro
caudillo había conseguido el milagro de acercarnos sanos y salvos a
destino. Cada vez eran más costosas estas travesías, se nos hacían eternos los
meses en alta mar, qué duros estos destierros que se repetirían de por vida.
La embarcación siempre quedaba alejada de la costa y los hombres desembarcaban en pequeños
botes con la idea de preservarla de cualquier ataque, a bordo quedaba un
destacamento de vigilantes. Mi labor no era necesaria en tierra, permanecía en
mi cocina y se reducía el trabajo a los vigías, pero siempre miraba
angustiado la playa, la tierra, la naturaleza que de mí se alejaba. En esos
momentos dedicaba mis horas al rezo, rezaba sin cesar con la convicción de que
sería la única manera de permanecer en mis cabales, me aterraba perder la
cabeza. Imaginad cómo me quedé al conocer, por el único superviviente que
consiguió llegar al barco, el nombre del lugar: La Isla de las Cabezas
Cortadas.
© Yashira 2015
Jopé qué inquietud y que susto. Intrigante y bien llevado.abrazos Yashira, suerte
ResponderEliminarGracias Manuel. Siento el susto.
EliminarUn abrazo.
uf, me he quedado un poco intrigado hasta el final porque no sabía si se encaminaría en un sentido o en otro y la verdad es que no me lo esperaba. El nombre es como para quedarse allí de visita turística. Muy bueno Yashira.
ResponderEliminarUn abrazo
Jaja Geus, yo no me quedaría. Gracias por pasar y por tu atento comentario.
EliminarUn abrazo.