Relato para los Viernes Creativos de Fernando Vicente. Desconozco por qué no he podido publicar allí mi relato como siempre había hecho, pero como todo vale. Aquí está y aquí se puede leer.
Imagen de Jamila Clarke |
Necesitaba unos días de descanso, alejarme de todo. Dudé
hasta última hora si irme en coche o tomar un tren, ganó esta última opción, la
idea de desconectar atada al volante no me seducía. Pero el trayecto se
complicó desde el principio, el viajante que me tocó de compañero roncaba, no
un simple ronquido, no, un ronquido de oso. Sobresaltada cambié de vagón.
Encontré un asiento junto a una anciana, pensé que sería mejor compañía y
sonriéndole me acerqué, al no hallar respuesta, rocé su mano y estaba fría,
helada, no pude ni articular palabra, caí al suelo y perdí el conocimiento.
Debieron recogerme y trasladarme a un compartimento privado
porque al despertar estaba sola, cerré de nuevo los ojos, agradecida por esa
soledad tan oportuna. Pasadas unas horas sentí hambre, me incorporé y reparé en
la maleta, era de esas antiguas de madera. Curioso, pensé, no debo estar tan
sola aquí. Pero no tardé en averiguar
que el lugar no era el esperado, una habitación tras otra se iban desgranando
por un largo pasillo, con inquietud busqué la salida. Me senté en un banco, a
mi lado una maleta olvidada, de madera...
Cuando un taxi paró frente a mí corrí hacia él. Por favor,
acérqueme a la estación.
Fui a comprar un billete y reparé en que no sabía dónde
estaba, alguien tocó mi hombro, giré la cabeza y ahí estaba el taxista que
traía la maleta en su mano, me la tendió y la rechacé. No, disculpe pero no es
mía, gracias. Un guardia de seguridad se acercó a nosotros, me miró, miró la
maleta y nos pidió que lo siguiéramos. Las horas siguientes fueron eternas, no
sabría decir cuántas veces me interrogaron, siempre la misma cantinela: ¿Cuándo
había recogido el maletín? ¿Dónde lo había encontrado? ¿Por qué razón lo
llevaba conmigo? ¿Sabe lo que contiene?
Esta maleta no es mía, repetí por centésima vez. No sé de
dónde ha salido y en ningún momento la he tocado. No, no sé qué contiene.
Alguien la abrió y una bocanada de aire frío me empujó hacia la ventana.
Envuelta en un torbellino aparecí en la granja de mis abuelos, aquella granja
de mi infancia donde el tiempo se detenía en verano. A mis pies, blancos folios
revoloteaban, recogí uno al azar ¡No puede ser! El siguiente aún más
inquietante y aturdida me senté junto a la maleta y descubrí mi pasado, cada
una de las cosas que había olvidado, cada uno de los errores que había
cometido, todos los deseos que no se habían cumplido, todo, todo estaba ahí.
Cada hoja era parte de mí y habían estado todo este tiempo siguiéndome en este
viaje de huida. Cerré los ojos para no llorar.
Un ruido sordo me sobresaltó, de pronto comprendí que seguía en el tren,
todo en su lugar, el señor de la corbata seguía durmiendo y ¡Roncando!. Pero...
Algo había cambiado, tenía la certeza de conocer algo importante, algo
decisivo. Me bajé en la siguiente estación para tomar el próximo tranvía de
regreso. Me esperaban unas cuantas cosas que resolver, unos cuantos pasos que
dar y sobre todo, unos miedos que enfrentar.
© Yashira 2014