KozDos |
Cuando nació no hubo fuegos artificiales, nadie lanzó palomas al vuelo, ni hubo fiesta nacional, pero había nacido un héroe.
Su infancia transcurrió sin percances destacables, si acaso, alguna magulladura y algún moratón fruto de su inmadurez.
Ya mayor de edad empezó a notar que algo en él era diferente, sus compañeros de facultad parecían zombis pegados a la pantalla del smartphone o de la tablet, apenas hablaban con nadie y solo se reunían para beber en los botellones que organizaban otros, casi nunca se sabía quién los había organizado pero todos se apuntaban, bebían y bebían hasta caer extenuados y vuelta a empezar. Él no encajaba ahí, ni bebía alcohol ni consumía drogas, a él lo que de verdad le gustaba era disfrutar de la naturaleza, subir montañas, pasear por los bosques y las playas, tumbarse al sol o en la hierba y escuchar los sonidos que llegaban como un regalo a sus oídos.
Aquella noche salió a pasear bajo las estrellas, no recordaba que había fiesta en el parque, para ser exactos, botellón que, una vez más, no se sabía quién había organizado, miró desolado tantos cuerpos jóvenes, mentes brillantes, seres especiales que sucumbían minuto a minuto anulando su grandeza bajo los defectos de esa anestesia social. Sus ojos rompieron en lágrimas al ver cómo aquella chica tan hermosa, llena de vida, iba siendo despojada de sus ropas sin apenas darse cuenta, semi inconsciente reía mientras sus compañeros de clase, o tal vez, sus propios amigos, casi tan inconscientes como ella la tocaban y fotografiaban. En su cabeza algo estalló, sintió náuseas y decidido se dirigió al lugar, pudo llegar hasta la chica, la sujetó por la muñeca y tiró de ella para apartarla del grupo. Comenzaron a golpearlo, no podía ver con qué pero parecía que se hubiera transformado aquello en una guerra y había armas, alguien le clavó una navaja y calló al suelo soltando el brazo de la muchacha. Nadie reparó en él, quedó allí, tirado. Pasaron las horas y los jóvenes se marcharon, algunos quedaron en el suelo aún unas horas más hasta que el efecto de lo consumido fue menguando.
Como cada mañana tras la fiesta, el parque apareció sembrado de basura, un campo de batalla con contenedores quemados, bancos rotos y cubierto de objetos de lo más variopintos, los empleados municipales iniciaron su repetitiva labor de limpieza, cada sábado igual al anterior, recogieron de todo y entre los despojos de la fiesta encontraron un cuerpo, lo creyeron borracho y siguieron su labor esperando que despertara, pero no, el chico en ningún momento se movió. Tratando de espabilarlo repararon en la sangre, no estaba borracho, estaba muerto. Ese fue el final de un héroe anónimo que tan solo quería ayudar. Nadie reconocerá su valor, nadie le recordará, solo su familia que, en algún lugar de este mundo ingrato, tiene una tumba que visitar y el dolor de no saber qué pasó.
Cuando murió no hubo reconocimientos, ni medallas, nadie escribió en el periódico su relato de valor, pero había muerto un héroe.
Aquí escribo para recordar al mundo que hay héroes anónimos que cada día dejan su vida por salvar a otros y nadie los ve. Hay héroes anónimos, masculinos o femeninos, que caminan a nuestro lado, toman café junto a nosotros en la barra del bar, los cruzamos en semáforos, quizá hasta nos apartamos de ellos porque su aspecto no nos parece adecuado, pero son quienes un día, si te hace falta, te tenderán la mano.
© Yashira 2019
Propuesta de Ana Vidal en el Bic naranja viernes creativo:
¡Enhorabuena Ernesto!
Estamos muy felices porque hoy nuestro querido amigo Ernesto Ortega publica libro de microrrelatos con Enkuadres: Los defectos de la anestesia.
El evento será a las 19h en la Escuela de escritores de Madrid, calle Covarrubias, 1, bajo derecha.
Para celebrarlo, vamos a escribir con la imagen de KozDos, portada del libro, y tendremos que estar bajo los defectos de la anestesia. Drogaos con lo que queráis, anestesiad vuestras mentes, los boligrafos o los dedos que aporrean el teclado. Ernesto nos lo agradecerá… o no.