Ilustración de Pejac |
Rosa jugaba en el patio mientras Juan, más temeroso, sólo la seguía a cierta distancia, ella con su particular curiosidad pretendía averiguar cómo se las ingeniaban las hormigas cuando algo interrumpía el transcurso de su letanía, siempre en fila, milimétricamente separadas una de otra hasta llegar al lago, ese pequeño charco que ella había ideado y, para ello, obligado al niño a orinar justo ahí. Eran mis hijos, hoy tendrían 20 y 18 años, pero nunca los cumplieron porque alguien entró aquel día y se los llevó, les encontraron meses después enterrados en un pequeño zulo, tan pequeño como este ascensor en el que me veo atrapado y donde hoy me ahoga la angustia de no recordar sus caras, apenas unas sombras al
atardecer que se quedaron grabadas en mi estrecha memoria de un metro cuadrado.
© Yashira 2015
Para los Viernes creativos del Bic naranja.
Un buen relato que creo pierde por el final, vamos que me pierdo yo. La descripción inicial me parece que atrapa, está muy bien, el giro es brutal, pilla descuidado. Es cuando el foco se centra en el narrador cuando me pierdo, está en la sepultura?, ascensor?. Quizás el relato puede terminar en zulo. No sé.
ResponderEliminarTienes razón Javier, la verdad que está encerrado en un ascensor cuando rememora a sus hijos y se angustia al no poder recordarlos, pero quizás no queda muy claro.
EliminarUn abrazo, veré si cambio algo.
El final también me pierde a mi.... Ya me lo explicaras.... Un beso desde Murcia....
ResponderEliminarEl final es algo confuso por lo que veo, pero es exactamente lo que deseaba que fuera, puedo aclarar que es la memoria estancada en un tiempo, en un momento y el dolor de ir olvidando a los seres queridos.
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